Entre las verdes colinas de Tlaxcala, un sitio arqueológico guarda un secreto multicolor que ha desconcertado a arqueólogos y cautivado a los amantes del arte antiguo: Cacaxtla, el hogar de los murales mejor conservados de Mesoamérica, donde mayas y olmecas parecen haber dejado huella… pero a más de 800 km de su tierra natal.
Un hallazgo inesperado
En 1975, unos saqueadores abrieron accidentalmente una puerta al pasado. Descubrieron un complejo de murales bajo una enorme estructura de adobe y piedra. Lo que vieron los arqueólogos cuando llegaron poco después fue casi milagroso: figuras humanas ricamente ataviadas, escenas bélicas y rituales pintadas con tal maestría y colorido que parecían recién hechas.
Pero lo más desconcertante no fue su estado de conservación, sino su estilo: los murales tenían una clara influencia maya, pese a estar en el corazón de Tlaxcala, una región más asociada a culturas como la olmeca-xicalanca o la teotihuacana.
¿Qué hacían mayas en lo que hoy es Tlaxcala?
Ésa es la gran pregunta. Algunas teorías sugieren que Cacaxtla fue fundado por un grupo de élite con vínculos mayas, quizás exiliados o comerciantes establecidos en la zona. Otros creen que se trató de una civilización local que adoptó estilos extranjeros para legitimarse como poder emergente después del colapso de Teotihuacan, hacia el año 650 d.C.
Los especialistas aún debaten. ¿Hubo una alianza secreta entre pueblos distantes? ¿Comerciantes mayas que se quedaron en la región? ¿Guerreros migrantes? Los murales muestran guerreros con penachos elaborados, tocados zoomorfos, lanzas y escudos que parecen sacados de Bonampak o Copán. Pero están aquí, en Cacaxtla, a cientos de kilómetros de la selva maya.
Uno de los murales más célebres, conocido como “El Hombre-Pájaro”, muestra a un guerrero alado (quizá un dios, quizá un rey-sacerdote) que parece estar en pleno ritual o combate. Su figura es poderosa, majestuosa, pero también cargada de simbolismo maya: el uso del azul maya, el glifo del jaguar, el lenguaje visual del inframundo.
Sea como fuere, los murales de Cacaxtla representan una fusión única de estilos mesoamericanos. Otro de los más impresionantes es el “Mural de la Batalla”, donde se muestra un combate entre dos grupos: unos guerreros con jaguares y otros con aves. Los jaguares —posibles habitantes de Cacaxtla— vencen, dejando un mensaje claro de poder y dominio.

Tecnología y simbolismo
Los artistas de Cacaxtla usaron pigmentos minerales y una técnica de pintura sobre yeso seco que permitió que los colores sobrevivan más de 1,300 años. Pero no se trata solo de estética: los murales están cargados de simbolismo astronómico, calendárico y político. Algunos investigadores han encontrado alusiones al planeta Venus, ciclos agrícolas y mitos de creación.
Además, los murales muestran dioses con rasgos marinos —algo poco común en el altiplano— como el Dios del Maíz con casco de caracol o personajes que emergen del agua, lo que sugiere una cosmovisión compleja, posiblemente traída desde las costas o el sur de Mesoamérica.
Cacaxtla es, en muchos sentidos, un cruce de caminos culturales. Su nombre, de hecho, viene del náhuatl cacaxtli, que significa “carga” o “armazón para cargar”, como las que usaban los mercaderes. ¿Y si ese nombre no fuera una coincidencia? Tal vez Cacaxtla era, en su época, un gran punto de intercambio cultural y económico, un lugar donde se mezclaban dioses, lenguas y estilos.
Hoy, bajo una enorme techumbre moderna que protege el sitio como si fuera una joya al aire libre, los visitantes caminan entre pasadizos antiguos, admirando los pigmentos que aún resisten al tiempo, preguntándose quién pintó esos muros… y por qué.
Cacaxtla no es solo arqueología. Es arte, es política, es misterio. Y sigue sin revelarlo todo.
