“El Fotógrafo”: el cómic como reflexión

“¿Cómo contar una guerra sin disparar un arma, sin tomar partido, sin borrar al otro?” Esa parece ser la pregunta que subyace en El Fotógrafo, la obra gráfica que Emmanuel Guibert construye a partir de las vivencias de Didier Lefèvre, un fotógrafo que acompañó a Médicos Sin Fronteras en una misión a Afganistán en 1986, en pleno conflicto entre los muyahidines y la ocupación soviética.

Publicado originalmente entre 2003 y 2006, El Fotógrafo es un cómic atípico y profundamente humano. No es solo un relato de guerra, ni solo un testimonio documental, ni únicamente una novela gráfica. Es un cruce delicado y preciso entre crónica periodística, testimonio visual y narración gráfica. Guibert, en colaboración con el fotógrafo Lefèvre y el diseñador Frédéric Lemercier, ensambla una obra que se sitúa entre la historieta y la fotografía documental, creando un lenguaje mixto que resulta inusualmente potente.

Un experimento narrativo

Lo más innovador de El Fotógrafo es su estructura narrativa. La historia avanza a través de una alternancia de viñetas dibujadas y series fotográficas reales, tomadas por Lefèvre durante la misión. En lugar de ilustrar lo que la cámara ya capturó, Guibert utiliza el dibujo para completar lo que las fotografías no pueden mostrar: los pensamientos, las conversaciones, los trayectos, las dudas.

Este juego de medios crea un ritmo único. Las fotos insertas en secuencias —como si fueran una tira de película— provocan una pausa emocional; ofrecen una autenticidad cruda que a veces se vuelve incómoda. Son testigos mudos de heridas, amputaciones, rostros resignados y paisajes áridos. El trazo sobrio de Guibert, por su parte, restituye la dimensión subjetiva de la experiencia. No es solo lo que se ve, sino lo que se siente.

Ética del testimonio

Más allá de su forma, El Fotógrafo es una profunda reflexión ética sobre el papel del testigo. Lefèvre no es un héroe ni pretende serlo. Se enferma, se pierde, se asusta, se equivoca. Sus fotos, tomadas con la intención de dar cuenta del trabajo humanitario, se ven atravesadas por la duda: ¿se puede ayudar y, al mismo tiempo, documentar? ¿Dónde está la línea entre mirar y participar?

En este sentido, el cómic cuestiona la idea misma de neutralidad. El viaje de Lefèvre lo confronta con la fragilidad del cuerpo, con la inestabilidad geopolítica y con sus propias contradicciones. En una de las escenas más potentes, después de haber recorrido durante días los caminos de montaña en condiciones extremas, el fotógrafo se encuentra solo, desorientado, vulnerable. El lector siente el peso del aislamiento, no como un dato anecdótico, sino como una parte esencial del viaje.

El poder de mirar

La guerra, en El Fotógrafo, no se muestra como un espectáculo de acción, sino como una sucesión de decisiones pequeñas, de gestos cotidianos que salvan o condenan. Los médicos, los pacientes, los traductores, los niños… todos aparecen con nombres y rostros, lejos del anonimato al que suelen condenarlos los reportes internacionales.

Guibert y sus colaboradores logran que el lector se convierta también en testigo. No hay lecciones, no hay consignas políticas. Solo queda la mirada: la del fotógrafo, la del autor y, finalmente, la nuestra.

Reflexión

El Fotógrafo es una obra imprescindible para entender cómo el cómic puede traspasar sus límites tradicionales y dialogar con el mundo real. En una época saturada de imágenes digitales, esta obra nos obliga a mirar despacio, a dudar, a acompañar. Es, en última instancia, un homenaje al acto de mirar con humanidad.

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